domingo, 20 de septiembre de 2015

NOSTALGIAS

La plata, 9/9/2015


Anochecía. Allá, por el año 60 del siglo pasado. Noche de luna llena y estrellas al alcance de la mano.  En Tucumán, mi tierra natal, la noche es esperada, luego de un tórrido día de calor. Donde la vegetación no necesita permiso para sentirse plena, donde hasta el alma se siente enmarañada y envuelta en tanta belleza.  Nacida en un pueblo cerca de la montaña, justo…donde comienza el ascenso a la misma, donde el cuento era protagonista en vísperas de ir a dormir, sentados en el jardín en mullidas hamacas que al mecerse invitaban al sueño placentero, preparando el nuevo día.
Mi encuentro con él, era idílico. Casi…utópico. A solas, como despedida del el día a día. Maravilloso, si!. Siempre a contraluz con la luna. Allá en la primera loma. Siempre en el mismo lugar y a la misma hora. Era hermoso, majestuoso me animaría a decir. Su cuerpo de caballo, sus crines volando, movidos por la fresca brisa y sus alas siempre listas y preparadas al vuelo necesario y repentino. Su blancura a la luz de la luna aparentaba una estrella viva. Era el guardián de la montaña y para los que somos hijos de ella, sabemos que está y podemos acudir a él…claro, imaginando diálogos, hablando en silencio,…escuchando el consejo oportuno.
Cuando en mi vida avizoraba una simple tristeza, nuestras charlas, casi telepáticos, transformaban la misma en una esperanza, parecía mágico. Claro, era su función, los hijos de la montaña nunca debían estar tristes. Su fuerte figura movía en mí, sentimientos sencillos, humildes: de respeto a su quietud a cambio de no perderle de vista y asegurarme su presencia.
Suficiente, sabía de su amistad incondicional, de su llegada a mí,  de su calidez, casi humana. Con solo traerlo a mi mente, guiaba mis nostalgias llevándolas a la realidad.
Hoy, sentada en mi casa de tantos años, acá, en La Plata, bajo el viejo laurel en el que anidan mis viejas calandrias que me despiertan con su canto al amanecer y mirándome de cerca, mi fiel amiga y compañera Lucy, sé que sigues allí, donde te dejé hace 40 años y sigo escuchando, solo imaginando, decirme: Alicia, somos hijos de la montaña, pero tu vida ya no nos pertenece, ni nos veremos con asiduidad, pero, cuando tu alma llore de nostalgias  yo acudiré a ayudarte a transformarlas en recuerdos.

M. Alicia Barboza



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